La verdad es que no soy nada. Todo a lo que aspiro me queda tan lejos como el hecho de que me toque la lotería. La diferencia es que la lotería a veces toca, a unos pocos afortunados, eso sí. No soy Princesa, ni tengo vestidos dorados, ni soy buena estudiante, pero sobretodo, y por encima de cualquier cosa, no soy escritora. Y el caso es que desde hace no demasiado tiempo eso es lo único que me ronda por la cabeza. Escribir. Ser escritora. Y me está costando mucho más de lo que llegué a pensar el día que me lo planteé seriamente. Por un lado está la parte de mi misma que repite una y otra vez “proyecto fracasado, nuevamente, proyecto fracasado”, por otro está el hecho de que no soy una persona metódica y ya he comprobado que la inspiración no llega por arte de magia, y por último, eso de ponerse a escribir un día cuesta tanto como desplazarse al trabajo un lunes por la mañana.
La necesidad de escribir es una condena. Es una pesada losa con la que deben cargar algunos durante su vida. Escribir no es algo divertido, ni tan siquiera algo de lo que puedas de veras disfrutar, escribir es una droga que no tiene más salidas que la de satisfacer el deseo y caer una y otra vez en sus redes. Es aquello a lo que tienes necesidad de estar sujeto, que aborreces la mayoría del tiempo pero que no puedes dejar porqué adoras el hecho de hacerlo y adoras lo que te hace sentir cuando lo haces. Es un alivio que se apodera de todo tu cuerpo, una tranquilidad que invade tu mente y que te deja meditabundo, incapaz de pronunciar palabra. Adoro la escritura como los adictos a la maría adoran sus queridos porros de hierbas, poco medicinales y nada aromáticas. Apestan. Lo mismo ocurre con las letras. Adoras cada una de las palabras que tecleas, pero que después resulta ser poco medicinal para tu necesidad, y las frases muchas veces no son nada aromáticas y, muchas otras, simplemente, apestan.
Porqué eso sí, ni lo dudéis, Por mucho que aspire a ser escritora será de tercera, cuarta o quinta clase, pero no importa, lo único verdaderamente importante es satisfacer esa endemoniada necesidad de escribir algo, para poder dormir un par de horas y despertarte nuevamente con ganas de coger el portátil y volver a escribir unas líneas, cualquier cosa, cosas sin importancia…
Porqué eso sí, ni lo dudéis, Por mucho que aspire a ser escritora será de tercera, cuarta o quinta clase, pero no importa, lo único verdaderamente importante es satisfacer esa endemoniada necesidad de escribir algo, para poder dormir un par de horas y despertarte nuevamente con ganas de coger el portátil y volver a escribir unas líneas, cualquier cosa, cosas sin importancia…
De pequeña mis aspiraciones eran las de escribir, leer y no hacer nada más durante todo el día. Eso de muy pequeña. Después descubrí por casualidad que me encanta la nieve, y eso que ni siquiera he podido verlo o sentirlo en persona. Sería aspirar a demasiado. Luego me di cuenta que me encantaba el trabajo de los Bomberos Voluntarios que decidí algún día ser parte de eso. El problema era ponerme a hacerlo. es decir dar ese gran paso. El caso es que siempre me cuesta ponerme en todas las cosas. Por ejemplo, de pequeña me encantaba jugar a las muñecas, me gustaba, me distraía, pero el hecho de tener que adornar, arreglar la casita etc. me desanimaba tanto que decidía no jugar. Pues con leer me pasaba lo mismo. He llegado a tener una lista de libros, ordenadas entre mis cosas. Mi conocimiento sobre algunos escritores era increíble. Eso sí, la mayoría ni han pasado por mis manos y si lo han hecho, no hemos llegado al clímax y se han quedado con las ganas de ser devorados por completo. Vamos, que no me los leía.
Pues sí. Necesito escribir por más que me cueste ponerme a ello, necesito hacerlo. Necesito contar, imaginar, ver como las letras van apareciendo una detrás de otra en la pantalla y enorgullecerme de ello. Aunque tan solo sea escribir sobre el hecho de escribir. Pero necesito hacerlo como necesito comer, tocar una tecla del ordenador o leer una frase cada día de algún libro.
También tengo otro deseo, y es el ser fotógrafa profesional algún día. pero Vaya que cuesta hacerlo. Cuesta un dineral! Es increíble que solo hayan pocas escuelas aquí , a veces pienso que el Estado debería pensar en eso. Hay tantos jóvenes que aman este trabajo. Es algo maravilloso poder plasmar un momento especial o cualquier cosa que encuentres atractivo, intrigante y significativo.
A medida que voy creciendo me voy dando cuenta cada vez más lo que de verdad quiero hacer. Y eso no es otra cosa que escribir. Que linda palabra, ¿verdad? Tiene una sonoridad fuerte. Casi me gusta tanto como un te quiero. Las palabras son lo esencial, decía Wittgenstein, todo empieza y acaba en ellas. La verdad es que yo creo que si existen las palabras es que existe la verdadera realidad sujeta a ellas: el hombre, la mujer, el ser humano en general. El habla, la palabra, es algo que tan solo las personas en general compartimos, cada uno en su idioma, cada uno según su nacionalidad. Ahí va, nacionalidad.
La vida de un verdadero escritor no es una vida de persona normal. Una persona normal se levanta por las mañanas, va a la oficina o a su puesto de trabajo, come un bocadillo o si es afortunado y puede pagárselo en un restaurante o un Mc Donald’s, vuelve a casa, disfruta como puede de la familia, cena, se acuesta y nuevamente a empezar el día, tiene sus escapaditas de fines de semana, algunos viajes de vacaciones, pequeñas alegrías del día a día, y otras tantas preocupaciones que asolan el ambiente familiar, y punto. La vida de un escritor no es nada de eso. No entiende de horarios, te puedes despertar a las 4 de la mañana con una buena idea y es tanta la necesidad de satisfacer tu instinto que no es hasta que has acabado de desarrollar todo lo que tenías en mente en una hoja de papel o a ordenador que no quedas medianamente tranquilo. A parte de los desfases de horarios, existen los desfases de memoria que son aún peores. Éstos últimos son los que hacen que los que tienen la necesidad de escribir siempre sean más despistados de lo normal, que lleven una vida más austera que los demás, pues los bienes materiales les importan más bien poco, además es frecuente que se ausenten durante unas horas o que olviden que habían quedado con alguien por esa inevitable necesidad de escribir. Además, de los que escriben, pocos pueden vivir de ello, solo unos pocos afortunados, y eso hace que se vea la típica situación de gente que busca cualquier espacio mínimo temporal para dejar fluir todo lo que tienen dentro. Muchos se levantan de madrugada, otros se acuestan muy tarde, otros intentan escribir a cualquier hora, en cualquier sitio, sea en una hoja o incluso en una servilleta del sitio que frecuentan para comer. Una situación sin duda triste. Después de todo esto pues, ¡imaginad lo que puede hacer una estudiante que se empeña en caer en las tentadoras garras de la escritura para poder recrearse en el fuego eterno de las palabras! Dedicar las horas a estar sentada delante de un ordenador es tan desalentador como intentar acariciar la luna en las noches de tristeza. Y es que la escritura condena al hombre al autoconocimiento más profundo llegando a un desarrollo tal que a veces no sabemos diferenciar realidad de ficción.
By: De la esencia de las Palabras
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